En Rufino Inda y Puán el intendente y otros funcionarios inauguraron en septiembre la primera. "Es el principio de una nueva Mar del Plata", dijo Arroyo. Hoy el lugar expone desidia absoluta y solo hay pastos y microbasurales que dejan en evidencia el fracaso del programa.
La gestión de Carlos Arroyo esperaba “tener algún brote antes de fin de año” en el terreno donde se gestó la primera huerta comunitaria que el intendente impulsó para forjar “el inicio de una nueva Mar del Plata”. Así lo añoró hace cinco meses al posar para la foto junto a más funcionarios que vecinos en el barrio Las Heras, frente al cartel que ya no está -se lo robaron dos semanas después- y sobre la tierra arada en la que hoy solo brotan pastos, yuyos, mugre, microbasurales y rastros de dejadez y abandono.
En julio del 2018 el intendente Carlos Arroyo dio una orden: convertir los terrenos baldíos de General Pueyrredon en huertas y canchitas de fútbol. Le envió un memorándum a sus funcionarios para que pusieran en marcha el plan en 15 días y les advirtió que consideraría “una falta grave” no cumplirlo. Tras las primeras reuniones de gabinete para coordinar los trabajos, el jefe comunal emprendió una rueda de encuentros con referentes de iglesias evangélicas y representantes del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) para ganar apoyo y concretar el programa, al que denominó “Huertas comunitarias”.
Los brotes no llegaron antes de fin de año ni después. El programa parecería haber quedado enterrado en Las Heras, donde tras aquella primera foto, no tuvo desarrollo ni continuidad alguna. Hoy el lugar de la primera huerta no solo está abandonado, sino que no hay huerta alguna. En una recorrida de LA CAPITAL por el terreno, frente decenas de manzanas usurpadas, quedaron en evidencia la dejadez y los únicos “cultivos” que llenan esa tierra: bolsas, ramas, botellas, zapatillas, al menos tres microbasurales y hasta electrodomésticos tirados, en lugar de vegetales y de un proyecto que promueva el desarrollo rural sustentable.
El proyecto
Maíz, zanahoria, tomate, zapallo, batata, acelga, remolacha y otros vegetales útiles. Las semillas las entregó el INTA hace casi seis meses a través de un convenio rápidamente firmado con el municipio. Pero desde el comienzo algunas cuestiones fallaron.
El punto de partida elegido fue el barrio Las Heras y el terreno alisado y preparado para convertirse en la primera huerta se encuentra en Puán y Rufino Inda, a cien metros de la avenida Fortunato de la Plaza, justo detrás del polideportivo barrial inaugurado hace más de tres años, uno de los tres en funcionamiento de los cinco construidos por la gestión anterior de gobierno, dos de los cuales permanecen cerrados: el de Camet y el del Centenario.
Arroyo tildó de “fundacional” al día 3 de septiembre de 2018. Esa jornada, el intendente y varios de sus funcionarios, entre ellos Carlos Irazoqui -el coordinador del programa “Huertas comunitarias” elegido por el jefe comunal- pisaron la tierra preparada para plantar las primeras semillas. Pala en mano, posaron para las fotos: el intendente estrechaba la mano de un vecino con herramientas para trabajar la tierra; en otras, el jefe comunal abrazaba a niños del barrio con las zapatillas llenas de tierra.
“Este es el principio de una nueva Mar del Plata y un nuevo Batán”, dijo Carlos Arroyo. “Es la oportunidad de generar nuevos espacios en donde en lugar de yuyos crezcan plantas, hortalizas que permitan ayudar a los comedores escolares y a la gente que tiene necesidades”, siguió en la inauguración del programa “Huertas comunitarias”, cuando públicamente convocó “a todos los marplatenses que tengan algún recurso a sumarse a esta iniciativa”.
El “acto” contó con la presencia de alumnos y docentes de la Escuela Municipal Primaria Nº7 y de la Secundaria Municipal Nº 201 -con la promesa de integrarlos-. También asistieron representantes de la Cruz Roja, vecinos del barrio e integrantes de Asociación Evangélica de iglesias, a quienes el intendente les pidió ayuda en múltiples reuniones.
“Quiero que Mar del Plata sea una gran huerta comunitaria, para que nuestra gente tenga alimentos, pero sobre todo para que nuestros jóvenes puedan tener acceso a un trabajo, a conocer la tierra y recuperar valores que se han perdido”, dijo Arroyo ese mismo día.
A la mañana siguiente, la tierra volvió a la quietud. Desde el Ejecutivo municipal comenzaron a observar que a la gente “le costaba sumarse” y que el interés en la comunidad por el cultivo y el trabajo en la tierra no se desarrollaba. El fracaso se notó rápido, pero Arroyo, cada vez con menos apoyo, insistió: “Con esto se tiene que terminar el hambre en Mar del Plata”.
Según pudo saber LA CAPITAL, muchos de los que habían colaborado con el proyecto inicialmente dejaron de participar y la única huerta comunitaria proyectada volvió a ser exactamente lo que Arroyo no quería: un terreno baldío, abandonado, lleno de basura y roedores. Del cartel que decía “Huerta comunitaria” hoy solo quedan los hierros que lo sostenían, porque “la chapa se la robaron enseguida”. Ahí mismo, donde hace cinco meses el gobierno posó para la foto, hoy solo hay mugre, barro y un colchón abandonado como muestra de absoluta desidia y fracaso.
“No puede ser que tengamos tantas tierras hermosas ocupadas nada más que por yuyos, ratas o basura”, advirtió el día de la inauguración de la huerta el intendente Carlos Arroyo, imaginando que ese terreno ubicado a metros de la avenida Fortunato de la Plaza se llenaría de vecinos trabajando la tierra y verduras brotando de ella, luego de que le encomendara al Emsur que limpiara el lugar y al Emvial que nivelara la tierra. También convocó -y lo especificó en el memorándum- a las secretarias de Seguridad, Asuntos de la Comunidad, Desarrollo Social, Educación y a la subsecretaría de Transporte y Tránsito.
La expresión, sin embargo, se volvió una contradicción tan oficial como evidente. En ese terreno, cinco meses después, no se ve la tierra; solo hay plásticos, chapas y pastizales que hace unos días fueron desmalezados “así nomás”, según cuentan los vecinos.
“¿Qué huerta?”, repreguntó Aníbal, un vecino que desde 1978 vive justo enfrente a este terreno ante la consulta de LA CAPITAL. “Esto está abandonado, acá no se puede hacer una huerta porque se meten los animales; está lleno de perros y gatos sueltos, también hay caballos; si no lo alambrás los animales te comen cualquier cosa que plantes”, dijo y sin dudarlo aseveró: “Arroyo vino a sacarse la foto y no volvió más acá; y así está todo, lleno de basura, con una calle de tierra que nos la cobran como si estuviera asfaltada”.
Frente a su casa está la cancha de fútbol, la única parte del programa “Huertas Comunitarias” que se cumplió en el barrio. “La cuidamos los vecinos, los chicos vienen a jugar a la pelota y la usan siempre”, dijo. La cancha está compuesta por dos arcos con sus redes, sobre el césped alisado por las proezas del fútbol barrial, detrás de los pastos de la huerta imaginaria. Pero a escasos metros, dos microbasurales apilan todo tipo de mugre, olores y desechos donde deberían brotar verduras y hortalizas.
Sobre la calle Puán, detrás del predio, funciona un taller de autos. Pablo y Silvio, otros dos vecinos del barrio, contaron que “la idea no era mala”, pero enseguida advirtieron: “Acá nadie vino a decirnos nada ni a incluirnos. Está lleno de caballos sueltos por acá; si querían hacer las cosas bien tendrían que alambrarlo, involucrar a la gente, las escuelas, pero nunca más vino nadie”.
Uno de estos vecinos contó que tiene familiares en la provincia de Santa Fe y que una de sus parientes justamente coordina un programa de huertas comunitarias. “Funciona bárbaro allá, crece de todo, la gente se compromete y se reparten lo que cosechan. Pero acá hicieron esto así nomás y no quedó ni el cartel con el que se sacó la foto el intendente; es un desastre”, manifestó.
Los vecinos se refieren a las intenciones del gobierno de desarrollar la huerta en Las Heras con tanto desconocimiento como descreimiento; tal vez más de esto último. Reconocen que “hubiera sido algo positivo” para el barrio “como fue el Polideportivo, que transformó a la zona”, pero sienten que “Arroyo se sacó la foto, habló de la huerta y dejó un baldío lleno de basura”.